Soy tu Gnomo Maestro:
 
En lo más recóndito del bosque se respira una pureza sin igual. En la cumbre de la montaña diviso un paraíso hecho de cielo y de nubes transformistas desde donde los ángeles me saludan y me impulsan en cada paso de mi camino de vida.
Despertar es la noble misión de un corazón ardiente de vida, de experiencias enriquecedoras, de sentir y de palpitar.
 
Despertar es recordar lo que olvidamos y acordarnos también de aquellos a quien debemos tender la mano, reconocer a aquellos que también tienen algo que enseñarnos y completar así todas las fases de nuestra alma. 
 
Hablo con la brisa que acaricia las hojas de los árboles, percibo el aleteo de las alas de las hadas y me ensimismo en la belleza del ser.
 
Consciente del enorme valor de cada segundo, noto cada instante sin rasgarlo ni modificarlo pues la esencia natural de las cosas impregna mi alma y a ella le sirvo.
 
Desde lo alto de la montaña, la cual se alza a los pies de este bosque conocido por pocos, respiro profundamente y me hermano con la vegetación, con la altitud y la profundidad de este lugar bendito donde siento a Dios más cerca de mí.
 
Sonrío ante la bondad.
Me enternece la inocencia y la agradezco. El emblema de mi escudo es la honestidad ejercida desde la verdad del corazón.
 
Abrazo mi alma, mientras escucho al alma sabia de esta montaña que piso y ella me cuenta que ha sido testimonio de dolor y de de alegría, de victoria, cansancio y satisfacción de aquellos que un día llegaron allí. Pocos son los que han osado explorar esta cumbre pero, sin pretenderlo, dejaron un poco de su sufrimiento en esta cima y el aire puro está trabajando para reinvertirlo.
 
Algunos recogen alegría, cuando otros han sufrido. Esta resulta una de las paradojas de la dicotomía de la vida. 
 
Los que hablan demasiado, se escuchan poco a sí mismos.

Escucharse a uno mismo es el primer paso par el despertar porque nos permite averiguar qué necesitamos y qué no y también alinearnos y alimentar la luz del alma.

Me siento ligado a la Tierra, a sus mares, lagos y árboles, a sus animales y cordilleras montañosas. Por ellos velo pues forman parte de mi constitución gnómica. A ellos los respiro y envío amor. A ellos me debo pues constituyen mi propósito. 
 
Celebro la vida contemplando el baile de las hadas y respondiendo a la voz de mis entrañas. Vivo en bendición en mi bosque divino, en mi bosque salvaje, peligroso y manso a la vez, apacible y sonoro a la vez. Admiro su frondosidad, y, para contribuir a ella, me hago cargo del cuidado del reino vegetal que alberga.

Vivo en un árbol y desde sus ramas contemplo el cielo iluminado por el sol y también el cielo estrellado por las noches. Las estrellas son tan hermosas y mágicas que se consideran portales abiertos a otras dimensiones de colores tan vivos que incluso a destacados pintores y artistas de la Tierra les costaría reproducir en sus lienzos, láminas u otros soportes para sus cuadros u obras pictóricas. Sin embargo, la belleza de la Tierra me conmueve pues es verdadera, majestuosa y sabia, en cautivadora y tremendamente vivificante, estalla de vida. 
 
Este planeta acoge tanta vida que es como si en él mismo existiera un corazón respirando a pleno pulmón hacia el Universo. 
Me siento comprometido hacia la madre naturaleza y hacia la preservación de todas sus especies. 
 
El bosque me abraza, mientras los espíritus ligeros y juguetones del aire me susurran el milagro de estar aquí.     

Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Pastel


 

Enseñanzas del Maestro Gnomo



Te apoyas en el instante, dejando caer tus pensamientos, dejándolos correr hasta que se callan y desaparecen. Escribes ahora el guión de tu vida, es un guión del instante del que desconoces el final pero eso no te importa. 

Basta con experimentar cada paso. Ya basta de objetivos y planes, ahora estáis sólos el momento y tú. Eso te hace inmensamente feliz porque no te ata a nada. Hace tiempo que has dejado de agarrarte, de asirte, de ser la cómplice de los caprichos de tu mente.

 
Cada paso te conduce hacia lo que el alma te guarda para ti, lo que te tiene especialmente reservado.
Descubres que la vida es una caja de sorpresas con herramientas para que surjan y se manifiesten en el regocijo del instante y, aunque el instante no te parezca como desearas, lo miras igualmente y tratas de extraer su enseñanza con agradecimiento. Te sientes completa en cada momento sin precisar de nada exterior. El simple hecho de tomar consciencia del ahora, hace que todo fluya entre tus manos y que se te presente de una forma tan sencilla y natural como los juegos de los niños. La respuesta adecuada emerge en el instante preciso, como si el mecanismo que sabe las respuesta accionara un resorte para que ésta aflore al exterior.
 
 

Déjate llevar por la corriente de instantes que nadan a tu favor y que siguen a la brújula de tu destino. Éste se rige por la luz del alma la cual se filtra en todo lo que te ocurre en el ahora. Enraizada como los árboles, sabes que si eres capaz de sentir el latido del tronco de los árboles al tocarlos con la mano, éstos te soplarán la respuesta que necesitas.

El reino vegetal está enraizado, enclavado, anclado en la dimensión del momento presente y tratar de conectar o comunicar con la vegetación y la flora te conducirá directo al ahora. Siéntete presente: ésta es la mayor de las bendiciones. Experimenta y siente pues a la Tierra venimos a sentir, a dejarnos emocionar, a caer y a levantarnos y sobre todo a ser los dignos hijos de la madre tierra que nos cobija.



 
     
Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustraciones: Acuarela  
Gnomos y duendes danzarines 
 

 

 

 

Me he dejado condicionar por el dolor y esto me ha hecho perder fuerza en el ahora. Lo lanzo simbólicamente río abajo, confiando en que se disuelva y se transforme en algo bueno. Me entrego al sol de la mañana y mi mente se aquieta. 

El sonido del agua del río disipa mi ruido interior y lo engulle hasta el fondo. Desde aquí la vida se percibe mansa y sin resistencia. Los pinos forman parte del silencio de este entorno natural y mágico, que aviva mis sentidos, mientras una agradable sensación me lleva a la quietud del ser.

La vida me mece entre el puente de los divino y lo terrenal y me integro en su equilibrio. La dualidad tiene el encanto de empujarnos a los extremos, a encontrar el punto medio o bien de experimentar cada matiz de la balanza. La alteración me ha enseñado a valorar la paz interior como el más preciado de los regalos. La prisa me ha impulsado a saber vivir la vida con pausa y equilibrio. La soledad del ser me ha mostrado lo mejor de mi. La naturaleza es esa maestra que nos anima a aquietarnos y a silenciar todo aquello que nos aparta de la verdad: aquella que hemos venido a descubrir. 
La vida se presenta como una aventura emocionante, cargada de incertidumbre, que nos hace más sabios, comprensivos y fuertes, aunque, a veces, su sabor sea el del sufrimiento. Una vez superado y perdonado, alcanzaremos un nivel mayor de evolución. La tranquilidad con que fluyen las aguas del río me aporta serenidad y seguridad y me adentra más en mí misma. Todo discurre despacio y ello permite que nos empapemos de las lecciones de la vida y alcancemos nuestro particular grado de maestría. El seno de la tierra nos ofrece todo aquello que precisamos para reencontrarnos con el ser y alcanzar un conocimiento supremo de nosotros que nos permitirá comprender mejor al mundo para dejar de enjuiciarlo. 

Todo confabula a nuestro favor, si aceptamos escuchar y confiar en nuestra intuición. Siempre podemos equivocarnos pero cuando nos demos cuenta de un error, es porque ya hemos aprendido de él. 

Los rayos del sol se entrelazan en el fondo del río y el movimiento los hace danzar en un juego de haces de luz que parece propio de los ángeles.

La soledad de este rincón paradisíaco me permite disfrutar de él con toda mi atención, abandonándome a la belleza que me enraiza en el ahora y soltando el control. 

Este momento destila espiritualidad y me siento en libertad, libre de ser y de seguir allá donde el instante me lleve. 

La luz incide sobre la superficie del río y pequeños diamantes corren sobre ella, como si fueran gnomos o duendes danzarines que juegan a ser felices. Y en esto precisamente consiste el juego de la vida: en empeñarnos en ser felices a pesar de todo. 

 


Autora texto e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases
Texto e ilustraciones inscritos en el Registro de la Propiedad Intelectual

Técnica ilustraciones: Pastel o Acuarela